El sentido del equilibrio sistémico

Bert Hellinger en "Del Orden Nace La Plenitud"

Con personas y grupos nos vincula un sentido conocedor que nos mantiene en relación con ellos, impulsando y dirigiéndonos constantemente. Es comparable a aquel otro sentido conocedor que, en contra de la fuerza de la gravedad, nos impulsa y dirige constantemente para mantener nuestro cuerpo en equilibrio. Bien podemos, si queremos, caernos hacia delante o hacia atrás, hacia la derecha o hacia la izquierda; pero un reflejo nos obliga a buscar la compensación antes de producirse la catástrofe, centrándonos a tiempo. 

Asimismo, existe un sentido superior a nuestra voluntad y a nuestros deseos, que vela por nuestras relaciones. Al igual que un reflejo, tiende a la corrección y a la compensación en cuanto nos desviamos de las condiciones necesarias para una relación lograda, poniendo en peligro nuestra pertenencia al grupo. Al igual que nuestro sentido del equilibrio, también este sentido relacional percibe al individuo junto con su entorno, distingue el espacio libre y los límites, y nos guía a través de los sentimientos de desplacer o placer. 

Culpa e inocencia, por tanto, se experimentan en relaciones y se refieren a relaciones. Ya que todo actuar que repercute en otros va acompañado de un sentimiento sabio de inocencia o de culpa. Comparable al ojo que, al ver, constantemente distingue la claridad de la oscuridad, este sentimiento en cada momento distingue si nuestro actuar perjudica o favorece la relación. Así, pues, sentimos como culpa aquello que perjudica la relación, y como inocencia, lo que la favorece.  

Aún así, culpa e inocencia sirven a un mismo señor. Ya que, igual que un cochero con sus caballos, un mismo sentido las engancha en un mismo coche, dirigiéndolas en una misma dirección, y, así emparejadas, tiran de una misma cuerda. Son ellas las que impulsan la relación, manteniéndola en el camino con su tira y afloja. Bien quisiéramos, a veces, coger las riendas nosotros mismos, pero el cochero no las suelta de sus manos. El coche nos lleva como prisioneros e invitados a la vez. El nombre del cochero, sin embargo, es “conciencia”.

Los diferentes tipos de conciencia

Personas que provienen de familias o grupos diferentes, tienen conciencias diferentes. Ya que la conciencia exige de cada uno aquello que lo vincula con su grupo y sirve a éste, y le prohibe aquello que lo separa de su grupo y perjudica a éste.

Pero también el individuo obedece a su conciencia de manera diferente en cada grupo, puesto que lo que sirve a un grupo puede perjudicar al otro, y lo que en un grupo le asegura la inocencia, en el otro lo arroja a la culpa; por ejemplo en el ámbito profesional y en la familia.

Pero también en el individuo mismo, o en el seno de un mismo grupo, la conciencia sirve a fines que tanto se complementan como se contradicen, por ejemplo, el amor y la justicia, o la libertad y el orden. Así, para fines diferentes, la conciencia se sirve de sentimientos diferentes de inocencia y de culpa. Por tanto, sentimos la culpa y la inocencia de una manera determinada cuando sirven al amor y al vínculo; de otra manera, cuando sirven al equilibrio justo; de manera distinta, cuando a los órdenes y reglas se refieren; y de manera diferente, cuando están al servicio del cambio y de la libertad. Pero aquello que sirve al amor, perjudica a la justicia; y lo que para el justo significa inocencia, para la persona que ama quizás se convierta en culpa.     

A veces experimentamos la conciencia como simple y concentrada, por ejemplo al socorrer a un niño en peligro. En la mayoría de los casos, sin embargo, la conciencia actúa de manera diversa y dispersa, e igualmente diversas y dispersas sentimos la inocencia y la culpa. A veces, por tanto, experimentamos a la conciencia como si de una sola se tratara. Mayormente, sin embargo, se asemeja más bien a un grupo en el que diferentes representantes intentan de diversas maneras lograr fines diferentes, sirviéndose de diversos sentimientos de culpa y de inocencia. En ocasiones, se apoyan mutuamente y, para bien de un todo superior, también se mantienen en jaque mutuamente. Sin embargo, aunque parezcan opuestas, sirven a un orden superior que, al igual que un general, busca diferentes éxitos en frentes diferentes, con tropas diferentes en terrenos diferentes, con medios y tácticas diferentes, para, al final y a favor de un todo superior, tan sólo permitir victorias parciales en todos los frentes.

A este respecto aún os contaré una pequeña historia:

La Inocencia

Alguien quiere dejar aquello que le acosaba, y así se atreve a emprender un camino nuevo. Por la noche hace un alto y, de repente, ve a una cierta distancia la entrada a una cueva.

‘Curioso’ ¾ piensa.

En seguida quiere entrar, pero la encuentra sellada con una puerta de hierro.

‘Curioso’ ¾ piensa, ¾ ‘quizás ocurra algo.’

Se sienta enfrente de la puerta, una y otra vez dirigiendo su mirada a ella y volviéndola a apartar, mirando y dejando de mirar, y al cabo de tres días, cuando justo acaba de apartar la mirada y volver a mirar, ve la puerta abierta. Se abalanza hacia su interior, avanza corriendo y, de repente, se encuentra nuevamente al aire libre.

‘Curioso’ ¾ piensa, se frota los ojos, se sienta y, a una cierta distancia, ve un pequeño círculo blanco ¾  blanco como la nieve ¾, y en el interior de ese pequeño círculo blanco se ve a sí mismo: acurrucado, encogido y de un blanco resplandeciente. Alrededor de aquel pequeño círculo blanco oscila una inmensa llamarada de sombras como si, con todas sus fuerzas, quisiera entrar.

‘Curioso’ ¾ piensa, ¾ ‘quizás ocurra algo.’

Se sienta enfrente, una y otra vez mirando y apartando la vista, mirando de nuevo y apartando la vista, y al cabo de tres días, cuando justo acaba de apartar la vista y volver a mirar, ve como el pequeño círculo blanco se abre, la llama de sombras negras se precipita a su interior, el círculo se ensancha,  y él, por fin, puede estirarse. Pero ahora el círculo está gris.

Conciencia y compensación

Ida: Desde que Wilhelm configuró su familia, me siento con más libertad y movilidad. Pero lo que aún me preocupa es la pregunta si aún queda algo por hacer cuando hubo un desenlace bueno. 

Hellinger Cuando en una relación o en un grupo se da un desequilibrio entre la ventaja de uno y la desventaja de otro, todos los implicados sienten la necesidad de llegar a una compensación. La sienten como exigencia de la conciencia, y si no le siguen conscientemente, lo hacen de manera impulsiva. Es decir, también experimentamos la conciencia de esta manera especial como sentido del equilibrio y de la compensación. Asimismo sentimos esta necesidad de compensación ante el Destino, cuando, sin ningún mérito por nuestra parte, tuvimos suerte o alguna ventaja en comparación con otros. 

Siempre que alguien me da, o yo tomo algo ¾ por muy bello que sea lo recibido ¾, noto un sentimiento de desplacer. Lo percibo como presión, hasta que también yo haya dado o pagado algo equivalente. Esta culpa se vive como obligación de dar. Así decimos, por ejemplo: “me siento en deuda con él o con ella”. Ahora bien, cuando, bajo la presión de esta culpa, doy o pago algo equivalente, me siento libre de la presión de la obligación. Esta sensación de no tener ninguna obligación se vive como levedad y libertad. Asimismo, cuando me niego a tomar para no estar obligado, vivo este hecho como levedad y libertad. Esta inocencia es cultivada por los que intentan huir de nuestra sociedad, pero también por aquéllos que se dedican a ayudar, que dan sin tomar. Esta libertad, sin embargo, nos convierte en solitarios y nos empobrece.

Compensación buena y mala

Cuando, en una relación de pareja, la mujer le da algo al hombre, mostrándole así su amor, el hombre se siente presionado hasta que también él le dé algo a ella. Dado que él también la quiere, le da un poco más de lo que ella le dio. Ahora es ella la que se siente presionada y, dado que también ella lo quiere, le da aún un poco más. De esta manera, el intercambio bueno se incrementa, aumentando también su felicidad y reforzándose el vínculo existente. Sin embargo, cuando el hombre tan sólo le devuelve lo mismo, la presión de la compensación y del intercambio cesa.

Dagmar ¿Y si devuelve menos?

Hellinger Cuando uno de los cónyuges devuelve menos de lo que toma, pone en peligro la relación. Te daré una imagen: la alternancia entre dar y tomar, y su incremento, son comparables al caminar de una persona. Para seguir avanzando, constantemente tiene que ir perdiendo y recuperando el equilibrio. Si pierde el equilibrio sin compensarlo en seguida, se cae y se queda en el suelo. Lo mismo ocurre en una relación de pareja cuando uno da y el otro se niega a tomar y a compensar el desequilibrio. Ahora bien, si sólo aguantamos el equilibrio, por ejemplo en una relación de pareja, dando no más de lo que tomamos y, por tanto, evitando intensificar nuestro dar, nos quedamos parados.

Cuando en una relación de pareja uno da menos de lo que toma, también el otro le dará menos. Así, el intercambio entre ellos decrece y, en vez de avanzar, retroceden, disminuyendo también su felicidad y el vínculo existente. 

Brigitte ¿Qué ocurre si alguien me causa realmente daño? ¿También en este caso debo buscar la compensación? 

Hellinger La presión para la compensación se siente tanto en lo positivo como en lo negativo. Cuando alguien comete una injusticia conmigo, siento la necesidad de vengarme. Ahora bien, si no le devuelvo la injusticia, prefiriendo, quizás, perdonarle o no exigiendo algo que le duela igualmente, no tomo en serio a aquella persona, por lo que acabará separándose de mí. Si me vengo de manera adecuada o exijo una recompensa, sigo en relación con ella. Algunos, en cambio, actúan igual en lo negativo que en lo positivo: le hacen un poco más de daño al otro que éste cometió con ellos. En consecuencia, el otro nuevamente se siente con el derecho de devolverle la injusticia, incrementándose así el intercambio negativo y, con él, también el sufrimiento y la desdicha.        

La cuestión sería, por tanto: ¿Qué puede hacer una pareja para poner fin al intercambio negativo y reanudar el positivo? De la misma manera que en el dar positivo, por precaución, se le da algo más al otro, en el dar negativo se hace al revés: por precaución se le devuelve algo menos. De esta manera, el intercambio negativo termina, y el positivo puede volver a empezar. 

Los límites de la compensación 

Lo que se considera válido en el seno de determinados grupos, frecuentemente se transfiere también a Dios o al Destino. Así, por ejemplo, cuando una persona se salva de una situación en la que otros perecieron, pretende pagarle a Dios y al Destino como si de personas se tratara y él pudiera ganarse su indulgencia a aravés de esta compensación. Así, pues, esa persona se limita, desarrollando, quizás, algún síntoma o sacrificando algo que le era valioso, u otra persona se sacrifica en lugar de él, por ejemplo un niño.        

O uno de los cónyuges no toma al otro si éste ya tuvo una relación anterior ¾ aunque aquella pareja muriera ¾, porque le parece que lo tiene a costa de la primera pareja.

O los hijos de un segundo matrimonio no toman a sus padres, o se limitan y se castigan, porque otros hicieron lugar para ellos.

Aún peor es el caso de aquéllos que se consideran elegidos porque el Destino les fuera favorable, jactándose de su suerte. Ya que, en consecuencia, su suerte cambia ¾ sea cual fuera nuestra explicación ¾, porque no sólo ellos sino también otros no soportan esta arrogancia. 

La compensación a través del agradecimiento y de la humildad

Solamente podemos tomar del Destino de una manera adecuada, si tomamos lo bueno, que recibimos sin ningún mérito, como un regalo. Esto, sin embargo, es dar las gracias. Dar las gracias significa tomar sin soberbia, compensar sin pagar. Este agradecimiento es algo totalmente distinto de decir gracias. Cuando yo le doy algo a otra persona y ésta únicamente dice: “gracias”, es demasiado poco. En cambio, si su cara se ilumina y me dice: “¡Qué regalo más bonito!”, ya ha dado las gracias. De esta manera me valora a mí y lo que le doy. Decir gracias, en cambio, frecuentemente no es más que un substitutivo de este agradecimiento. Algunos también proceden así con Dios y con el Destino: dicen gracias en vez de tomar con amor.        

Sin embargo, quien toma del Destino un regalo inmerecido, se siente igualmente presionado: tiene que hacer algo. Pero en vez de limitarse, pasa a otros algo de lo que recibió. De esta manera se siente aliviado y, a la vez, los demás reciben algo bueno. 

Pero de la misma manera que debo tomar lo bueno en cuanto me toca sin ningún mérito personal, también debo asentir cuando me toque una desgracia sin haberla causado. Es decir, debo someterme al Destino tanto para lo bueno como para lo malo. Así, estoy en sintonía y libre. Este someterse es humildad.