El incesto, la consecuencia de desequilibrios entre dar y tomar. 

            En todos nuestros sistemas relacionales existe una compleja interacción de necesidades fundamentales. 

Entre éstas cuentan:

- la necesidad de vinculación,

            - la necesidad de mantener un equilibrio entre dar y tomar,

- la necesidad de encontrar seguridad en conveniencias sociales que hacen previsibles nuestras relaciones.

Experimentamos estas tres necesidades con la vehemencia de reacciones instintivas, percibiendo en ellas fuerzas que favorecen y exigen, impulsan y dirigen, dan felicidad y ponen límites; y, tanto si lo queremos como si no, nos vemos expuestos a su poder que nos obliga a fines que van más allá de nuestros deseos y de nuestro querer consciente. En ellas se refleja y se cumple la necesidad fundamental de todo ser humano de relacionarse íntimamente con sus congéneres.

De manera sensible percibimos estas fuerzas que velan por nuestras relaciones en los sentimientos de culpa o inocencia respecto a otros, es decir, a través de la conciencia.

Incesto: ¿Cómo ayudar a las víctimas?   

Hellinger: Frecuentemente, el abuso sexual de menores en el incesto es la consecuencia de un desequilibrio entre dar y tomar. Una constelación muy común es la de una mujer que ya estuvo casada anteriormente y tiene una hija. Más tarde, se casa en segundas nupcias con un hombre que aún no tiene hijos, produciéndose así el desnivel correspondiente. El hombre tiene que cuidarse de la niña, aunque no sea su hija; es decir, tiene que dar más de lo que recibe. Quizás, la mujer incluso se lo exija expresamente, resultando aún mayor la diferencia entre dar y tomar, entre ganancia y pérdida. Así, pues, en ese sistema se crea la necesidad irresistible de llegar a un equilibrio, y el camino más fácil es que la mujer le ofrezca al hombre la hija, de compensación. Muy frecuentemente, ésta es la dinámica familiar de trasfondo en el incesto; aunque también existen casos con otras dinámicas.

            Aquí ¾ de manera muy obvia en el caso de un desequilibrio entre dar y tomar, pero también en las demás formas de abuso sexual de menores ¾, casi siempre se encuentran implicados ambos padres, a saber, la madre en un segundo plano, y el padre en un primer plano, y mientras no se llegue a una visión de conjunto, no hay solución.

            ¿Cuál sería, pues, la solución? Primeramente, parto del supuesto de que estoy tratando con la víctima y que mi interés debe ser el de ayudar a la víctima. Mi interés como terapeuta no puede ser el de perseguir a los perpetradores, ya que no le ayudaría en absoluto a la víctima. Cuando una mujer, por ejemplo en un grupo, cuenta que fue abusada por su padre o por su padrastro, le digo que se imagine a su madre y que le diga: „Mamá, por ti lo hago con gusto.“ ¾ De repente, la dinámica oculta sale a la luz, y nadie puede comportarse como antes.

            En caso de tratarse de una situación actual, es decir, si trato con uno de los padres, por ejemplo con la madre, delante de la hija le digo a la madre: „La hija lo hace por la madre“, y le pido a la hija que le diga a la madre: „Por ti lo hago con gusto“. En ese momento se acaba el incesto. Ya no puede seguir.

Si también está presente el hombre, le pido a la hija que le diga: „Lo hago por Mamá, para compensar.“ De repente, la hija se percibe como buena y sabe que es buena. Ya no necesita sentirse culpable.

            Lo segundo es que le ayudo a la hija a recuperar su dignidad, ya que también vive el incesto como deshonra. Para este fin le cuento una pequeña historia de un tal Johann Wolfgang (Johann Wofgang Goethe; nota de la traductora). Éste escribió el poema „La rosa en el zarzal“, que termina con estas palabras: „Arrancó el chico salvaje la rosita del zarzal. Defendiéndose ella, lo pinchó; nada le vale llorar, ahora tendrá que sufrir. Rosita, rosita roja, rosita sobre el zarzal.“ Y después le confío un secreto: ¡la rosita aún desprende olor!

            Tercero: Para muchos niños la vivencia también es de placer. Sin embargo, no pueden fiarse de esta percepción que fue o es placentero, ya que en la conciencia, sobre todo por parte de la madre, se les dice que es malo. En consecuencia, se sienten confundidos. El niño debe tener la posibilidad de admitir que fue placentero si realmente fue así. Al mismo tiempo necesita la seguridad de que, aunque fuera placentero, él o ella es siempre inocente. Si se condena el placer que también forma parte, lo sexual aparece bajo un aspecto extraño, como si fuera algo horrible. En realidad, sin embargo, el incesto sólo anticipa una experiencia necesaria. Dicho de una manera más frívola: algo que forma parte del desarrollo humano llega demasiado pronto para el niño. Si le transmito eso a la víctima, la alivio.

            Un cuarto punto es la imagen de que la niña se verá frenada en su desarrollo posterior. Así es. La niña está cohibida en su desarrollo porque a través de lo sexual ¾ en este caso no podemos hablar de „consumación“, eso iría demasiado lejos, pero sí de una „experiencia sexual“ ¾, se crea un vínculo de la niña al perpetrador. Por tanto, más tarde, esta chica no puede tener ninguna nueva pareja sin antes reconocer y valorar ese primer vínculo. Si la experiencia es condenada y el perpetrador perseguido, la chica lo tiene difícil. En cambio, pudiendo reconocer abiertamente ese primer vínculo, lo integra en la nueva relación. Así, aquella experiencia queda guardada y solucionada. Tratando este tema con indignación, se evita la solución y se perjudica a la víctima.

Claudia: Y si no fue placentero ni bonito para la niña, ¿cómo afecta eso al vínculo?

Hellinger El vínculo se crea a pesar de todo. Pero en todo caso, fuera una experiencia placentera o de dolor, la niña tiene el derecho de estar enojada con el perpetrador, ya que, sean cuales fueran las circunstancias, se comete una injusticia con ella. Así, pues, debe decirle al perpetrador: „Me trataste injustamente y no te lo perdonaré nunca.“ En ese momento pasa la culpa al perpetrador, se distancia y se retira. Sin embargo, no necesita ser un enojo apasionado, reprochándole lo pasado. Las emociones fuertes aún la atarían más al perpetrador. El distanciamiento claro, en cambio, la hace libre. Ni la lucha ni los reproches pueden llevar a la solución. En cualquier contexto, una solución auténtica siempre encierra también el desprendimiento, el alejarse de algo o de alguien. A través de la lucha no puede encontrarse la solución, ya que la lucha une a las personas.

Aún hay otro aspecto fundamental desde el punto de vista sistémico. Sistémicamente, el terapeuta siempre debe aliarse con la persona condenada; es decir, en cuanto trabajes con este tema, tienes que darle al perpetrador un lugar en tu corazón.

Dagmar ¿En el mío?

Hellinger Sí, en tu corazón. De lo contrario, no puedes encontrar ninguna solución, tampoco para la víctima. Debes partir de la base de que el perpetrador está implicado sistémicamente. No sabes cómo, pero si vieras las implicaciones, también lo comprenderías. De esta manera tienes otro acceso para manejarlo. Aproximadamente es eso. ¿Lo he dejado claro? 

Johann: Me extraña que la niña o la víctima no le perdone al perpetrador. ¿A pesar de todo puede distanciarse?

Hellinger Perdonar es un acto arrogante, acto que no le corresponde a un hijo. Si perdona, es como si también pudiera tomar sobre sí la culpa. Ninguna persona debe perdonar, excepto en caso de una culpa mutua. En ese caso, a través del perdón, las personas se permiten comenzar de nuevo. La hija, sin embargo, debe decir: „Fue muy grave. Dejo las consecuencias contigo y, a pesar de todo, hago algo bueno de mi vida.“ Si, más tarde, la chica, a pesar de haber sufrido un abuso sexual, llega a vivir una relación de pareja feliz, también significa alivio y descarga para el perpetrador. Si, por lo contrario, la víctima no permite que las cosas le vayan bien, al mismo tiempo también es una venganza del perpetrador. En el fondo, las cosas son totalmente diferentes que en la superficie.

Claudia En muchos casos, cuando el abuso supuso mucho placer para la niña, ésta se dirige de la misma manera también a otros adultos, recibiendo así cada vez más golpes y desencadenando toda una avalancha de „eso no puede ser“ y de „eso es malo“.

Hellinger Cuando la niña se acerca de esta manera a otros adultos, con ello les dice a los padres: „Soy una fulana, y yo misma tengo la culpa del abuso; vosotros no tenéis por qué tener ninguna mala conciencia.“ Es nuevamente el amor de la hija que se expresa en ese comportamiento. Si así se lo digo a la hija, también en este contexto se sabe buena. Siempre hay que buscar el amor. Una vez llegado al amor, también se encuentra la solución.

 

Dagmar: donde yo no noto en absoluto este amor es en los casos de pornografía infantil.

Hellinger Este tipo de objeciones te impide el acceso.

Dagmar No entiendo lo que quieres decir.

Hellinger Hay que contar con la premisa del amor en toda la línea. Puedo considerar algo realmente fatal sin condenar a nadie. Siempre tengo que buscar la manera de solucionar las implicaciones sistémicas; sobre todo, de solucionarlas para la víctima. Si la víctima se distancia de todo eso, dejando la culpa y las consecuencias de sus actos con los perpetradores, y si logra convertirlo en algo bueno para ella misma ¾ lo que sea capaz de hacer ¾, lo pasado está pasado y solucionado para la víctima. En cambio, en cuanto entran en juego los afectos, en el sentido de „tenemos que entregar al vil perpetrador a la justicia“, se cierra el paso a la solución para la víctima. Un terapeuta que se abandona a tales afectos perjudica al cliente.

            Aportaré un ejemplo: Una vez, en un grupo para psiquiatras, hubo una psiquiatra que, llena de indignación, contó de una cliente que había sido violada por su propio padre. Así, le dije:

            ¾ Configura el sistema.

Después, le dije que se pusiera ella misma en el lugar que, según su opinión, le correspondía. Ella se puso al lado de la cliente: inmediatamente, todos en el sistema se enfadaron con la terapeuta, nadie se fiaba de ella. A continuación, la puse al lado del padre: todos en el sistema se calmaron y confiaban en ella, y la cliente se mostraba muy aliviada.

Imagen de esta constelación:

Abreviaciones:

P                     padre

M                    madre

1                      primera hija; cliente

2                      segunda hija

T                     terapeuta

No se puede excluir a nadie de un sistema, excepto en caso de crímenes muy graves, y el incesto sólo muy raras veces cuenta entre éstos. La solución se halla en reintegrar a todos los que fueron excluidos. Eso se logra con más facilidad si el terapeuta no sólo se centra en el padre como perpetrador que aparece en un primer plano, sino también en la madre como perpetradora secreta, como eminencia gris del incesto. Cuando el terapeuta únicamente se alía con la víctima, y no con el sistema en su totalidad, su modo de trabajar agrava aún más la situación. Ésta es la consecuencia, y su alcance es muy extenso.

¿Qué les ayuda a los perpetradores?

Brigitte ¿Y qué haces cuando tratas con los perpetradores?

Hellinger Únicamente hablaría con ellos individualmente y en un contexto protegido. Primeramente les preguntaría si ellos ven un camino que le ayude a la víctima a librarse del acto incestuoso y de trocar el dolor sufrido y sus consecuencias en algo positivo. En ese momento, ellos ya no necesitan defenderse y yo gano su colaboración. Un primer paso en esa dirección sería que sintieran lo ocurrido. Ese dolor es, en primer lugar, un proceso interior. A veces, sin embargo, también es bueno expresarlo ante la niña o la chica: „Siento lo que hice contigo.“ Esas palabras descargan a la víctima y le ayudan más que la persecución del perpetrador. Pero no debe pasar de aquí.

            Los perpetradores no deben ni explicar ni justificar ni paliar ni condenar su comportamiento ante la víctima. Tampoco deben confesarle su culpa, ni tampoco pedirle perdón, o esperar o exigir cualquier otra cosa que fuera una descarga para ellos mismos. Eso sería otro abuso más, una carga adicional para la niña o la chica que nuevamente la vincularía con ellos. Lo mismo aplica también para las madres cómplices.

            Aún los padres culpables siguen siendo padres, es decir, conservan la posición antepuesta y superior frente a los hijos. Por tanto, tampoco debe discutirse el asunto ni entre padres e hijos a solas, ni ante terceros, por ejemplo, ante un terapeuta. Estas conversaciones humillan a los padres ante sus hijos, y también humillan a los hijos, aunque aparentemente se les haga justicia. Los padres humillados están perdidos para sus hijos.

            Cuando se llega a un proceso judicial, les aconsejo a los perpetradores que acepten la pena sin intentar mitigarla mediante subterfugios o peritajes. Ésta es la manera más segura de recuperar su dignidad.

            Frecuentemente, los perpetradores, aparte de recibir la pena justa, también se convierten en blanco de toda una campaña. O se sospecha de un inocente sin que éste se pueda defender, ya que la mera sospecha cae como una chispa en un campo de paja seca, presa fácil del fuego. A estas personas les cuento una pequeña historia:

El Silencio

En un congreso de psicoterapia, un psicólogo famoso dio una conferencia sobre lo femenino y, durante la discusión, se vio violentamente atacado por un grupo de mujeres jóvenes. Éstas eran de la opinión de que las mujeres aún recibían un trato sumamente injusto y que era arrogante que un hombre, en presencia de mujeres, osara hablar de lo femenino. El psicólogo, que obviamente había hablado con las mejores intenciones, se sentía acosado y juzgado injustamente, ya que parecía que no tenía mucho que oponer a los argumentos de las mujeres jóvenes.

Al terminar, empezó a reflexionar sobre qué habría hecho mal. Discutió el caso con sus compañeros y, finalmente, decidió pedir consejo a un hombre sabio. 

El sabio le dijo:

            ¾ Las mujeres jóvenes tienen razón. Aunque ellas mismas no tienen dificultades para imponerse a los hombres, como tú mismo notaste, y probablemente tampoco habrán sufrido ninguna injusticia grave. Pero ellas toman sobre sí la injusticia sufrida por otras mujeres, como si ellas mismas la hubieran vivido, sacando, como el muérdago, sus fuerzas de un tronco extraño. Así, pues, no tienen un gran peso propio y en el amor quedan relegadas a las personas de su misma condición; pero ellas ayudan a aquéllas que vienen detrás de ellas, ya que uno siembra y el otro recoge. 

            ¾ Todo eso no me interesa¾ respondió el psicólogo. ¾ Quisiera saber ¿qué debo hacer si otra vez me encuentro en una situación así? 

            ¾ Hazlo como uno que le sorprende la tormenta en un campo abierto: se busca un refugio y espera hasta que la tormenta haya pasado. Después, sale de nuevo y saborea el aire fresco. 

Cuando el psicólogo se encontraba de nuevo entre sus compañeros, éstos le preguntaron qué le había aconsejado el sabio.

            ¾ Ay¾ dijo, ¾no lo recuerdo bien. Pero creo que me dijo que saliera más veces al aire libre, aunque hubiera tormentas. 

La indignación, y lo que salva de la maldición de la ley tanto a perpetradores como a víctimas y vengadores

Hellinger También aquellas personas que ayudan en vez de perseguir, que intentan guiar tanto a las víctimas como a los perpetradores para que encuentren maneras de llevar a un futuro positivo el dolor y la culpa, a veces se convierten en blanco de indignación. Ya que los indignados se sienten al servicio de una ley imperiosa, sea la ley de Moisés, la ley de Cristo, la ley de los cielos, la „ley moral natural“, la ley de un grupo, o simplemente aquello que un ciego „Zeitgeist“ nos imponga. Cualquiera que sea el nombre de esa ley, les confiere a los indignados un poder sobre los perpetradores y sobre las víctimas, justificando toda injusticia que cometan con otros. La pregunta es: ¿cómo pueden reaccionar los terapeutas que topan con esta indignación, sin perjudicar ni a las víctimas ni a los perpetradores, ni dañarse a sí mismos o atentar contra el orden justo? A este respecto, cuento una historia conocida: 

La Mujer Adúltera

En Jerusalén bajó una vez un hombre del monte de los Olivos y se dirigió al Templo. Al entrar, un grupo de eruditos justos trajeron a una mujer y, rodeando a aquel hombre, la pusieron delante de él diciendo:

            ¾ Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. Moisés nos mandó en la Ley que la apedreáramos. ¿Tú qué dices? 

En realidad, sin embargo, no les interesaba ni aquella mujer, ni lo que había cometido. Su propósito era preparar una trampa a un hombre conocido por su solicitud y su indulgencia. Su clemencia los indignaba. Ellos, sin embargo, en nombre de esa ley se sentían autorizados de aniquilar tanto a la mujer como a aquel hombre ¾ suponiendo que no compartiera su indignación ¾, aunque éste no tuviera nada que ver con lo que la mujer había cometido. 

Así, pues, nos encontramos ante dos grupos de perpetradores. Al primer grupo pertenece la mujer: ella era una adúltera, y los indignados la llamaban una pecadora. Al otro grupo pertenecen los indignados: por sus intenciones eran asesinos; no obstante, se llamaban justos. Sobre ambos grupos pesaba la misma ley implacable, con la única diferencia de que, en un lado, llama a los actos malos injusticia, y en el otro, los actos aún peores, justicia. Pero el hombre al que querían preparar la trampa se retiró de todos ellos: de la adúltera, de los asesinos, de la ley, del cargo de juez y de la tentación de la grandeza. Delante de todos ellos se inclinó hasta el suelo. Pero al ver que los indignados no comprendían su gesto, acechando y acosándolo, se incorporó y dijo:

            ¾ Aquél de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra. 

E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra. 

De repente, todo había cambiado; ya que el corazón sabe más que la ley le permite o le impone. Los indignados se fueron retirando, uno tras otro, comenzando por los más viejos. El hombre, sin embargo, respetaba su vergüenza y permanecía inclinado, escribiendo en la arena. Sólo cuando todos hubieron marchado, se incorporó de nuevo, preguntando a la mujer:

            ¾¿Dónde están? ¿Nadie te ha condenado?

            ¾ Nadie, Señor¾, contestó ella.

Después, como si estuviera de acuerdo con los que antes se habían mostrado indignados, le dijo a la mujer:

            ¾ Tampoco yo te condeno.

Aquí termina la historia. En el texto transmitido aún se añade: “No peques más.„  Como pudo demostrar la investigación bíblica, esta frase fue añadida posteriormente, probablemente por alguien que ya no soportaba la grandeza y el poder de esta historia.  

            Aún queda por comentar otro aspecto más. La auténtica víctima es silenciada tanto por los indignados como por la historia: el marido de la mujer. Si los indignados hubieran apedreado a la mujer, su marido se habría convertido doblemente en doble víctima. Así, sin embargo, al ya no interponerse entre ellos ningún indignado, ambos tienen la posibilidad de encontrar el equilibrio y la reconciliación a través del amor, y de comenzar de nuevo. Si los indignados tuvieran el derecho de interponerse, se les negaría esta solución, y tanto la perpetradora como la víctima sufrirían más.

            A veces, también algunos niños abusados se encuentran en esta situación, cuando, en lugar de encontrarse en manos del amor, caen en manos de la indignación. Los indignados se preocupan poco de ellos. Puesto que las medidas que proponen e imponen desde su sentimiento de indignación, aún lo hacen más difícil para las víctimas.

            La niña que fue víctima de un abuso permanece vinculada y fiel al perpetrador. Por tanto, si su padre es perseguido y aniquilado moral e físicamente, también la hija muere moral o físicamente, o, más tarde, uno de sus hijos paga la culpa. Ésta es la maldición de la indignación, y la maldición de la ley que se apoya en la indignación.  

Por tanto, ¿qué deberían hacer los terapeutas que se guían por el amor? Renunciar al dramatismo y buscar caminos sencillos que tanto a las víctimas como a los perpetradores les den la posibilidad de comenzar de nuevo, aunque más conocedores y más comprensivos que antes. En lugar de fijar su mirada en una supuesta ley superior, miran a las personas, sean víctimas o perpetradores, considerándose uno más entre ellas. Así, saben: sólo la ley parece eterna y férrea ¾ en la tierra, sin embargo, todo es ínfimo, y a todo final le sigue un principio. Su ayuda es humilde y conoce el amor para todos: para las víctimas, para los perpetradores, para los instigadores secretos y para los vengadores, que ellos mismos también habrán sido alguna vez. ¾ ¿Lo he dejado claro así?  

participante Sí.