ADOPCIÓN DE NIÑOS 

 

BERT HELLINGER

 y su psicoterapia sistémica con el método de Constelaciones Familiares.

Los Ordenes del Amor en casos de Adopción y Aldeas Infantiles S.O.S.

El amor llena lo que el orden abarca.

El uno es el agua, el otro el jarro.  

El orden recoge,

el amor fluye.

Orden y amor se entrelazan en su actuar. 

Como una melodía, al sonar, se guía por las harmonías,

así el amor se guía por el orden.

Y como el oído difícilmente se habitúa a las disonancias,

por mucho que se expliquen,

así nuestra alma difícilmente se hace

a un amor sin orden. 

Algunos tratan a este orden

como si no fuera más que una opinión,

que pudieran tener o variar a gusto. 

En realidad, empero, nos viene dado:

actúa aunque no lo entendamos.

No se idea, se encuentra.

Lo conocemos, igual que el sentido y el alma,

por su efecto.

Desde el momento en que entramos en esta vida, pertenecemos a un determinado sistema de relaciones que, con el tiempo, va ampliándose en círculos concéntricos. Siguiendo el orden temporal, éstos son los grupos y relaciones importantes para nuestra supervivencia y nuestro desarrollo, de los que formamos parte a lo largo de nuestra vida, sea forzosamente, sea por libre elección:

- la familia de origen, es decir, nuestros padres y hermanos,

- la red familiar, formada por todos los demás parientes,

- las relaciones libremente elegidas, por ejemplo las relaciones de   amistad,

- la relación de pareja,

- las relaciones con nuestros propios hijos,

- la relación con el mundo como Todo.

Los Ordenes del Amor, es decir las condiciones a tener en cuenta para conseguir que el amor en todas nuestras relaciones crezca y prospere sin impedimentos, en lo esencial están predeterminados y sólo se nos revelan por los efectos de nuestros actos.

Relaciones del mismo tipo, por tanto, siguen a un mismo Orden y un mismo patrón, relaciones de diferentes tipos siguen a órdenes diferentes. Así, los Ordenes del Amor son distintos para la relación del hijo con sus padres, y distintos para las relaciones en el seno de la red familiar. Son diferentes para la relación de pareja entre hombre y mujer, y diferentes para las relaciones de la pareja como padres con sus hijos. Finalmente, aún existen otros órdenes para nuestra relación con el Todo que constituye el fundamento de nuestra existencia, es decir aquello que experimentamos como espiritual o religioso.

         En todos nuestros sistemas relacionales existe, además, una compleja interacción de necesidades fundamentales.

Entre éstas cuentan:

- la necesidad de vinculación,

         - la necesidad de mantener un equilibrio entre dar y tomar,

- la necesidad de encontrar seguridad en conveniencias sociales que hacen previsibles nuestras relaciones. 

Experimentamos estas tres necesidades con la vehemencia de reacciones instintivas, percibiendo en ellas fuerzas que favorecen y exigen, impulsan y dirigen, dan felicidad y ponen límites; y, tanto si lo queremos como si no, nos vemos expuestos a su poder que nos obliga a fines que van más allá de nuestros deseos y de nuestro querer consciente. En ellas se refleja y se cumple la necesidad fundamental de todo ser humano de relacionarse íntimamente con sus congéneres.

De manera sensible percibimos estas fuerzas que velan por nuestras relaciones en los sentimientos de culpa o inocencia respecto a otros, es decir, a través de la conciencia. 

TEMAS Y AMBITOS ESPECIALES EN LA RELACION ENTRE  PADRES E HIJOS 

Silenciar el origen de los hijos

¿Con quién van los hijos después del divorcio?

La adopción honrosa y la peligrosa

Si un niño no puede ser criado por sus padres y necesita de otros padres, la primera búsqueda debe dirigirse hacia los abuelos. Es lo más inmediato. Si éstos acogen al niño, está en buenas manos. En un caso así, también es más sencilla la vuelta a los padres si la situación cambia. Si los abuelos no pueden, o ya no están, se busca entre los tíos o unas tías. Estos son los siguientes. Sólo si no se encuentra a nadie de la familia, pueden buscarse unos padres adoptivos o acogedores. Entonces realmente se convierte en una tarea que vale la pena. En un caso así, los padres que acogen al niño pueden estar seguros de ocupar el lugar correcto: suplen a los padres para el niño, ayudando a llevar a cabo lo que aquéllos no pudieron realizar. Cumplen una función importante, pero como representantes ocupan el segundo lugar. Primero vienen los padres verdaderos, como quiera que sean e independientemente de lo que hayan hecho. Si se guarda este orden, el hijo adoptivo puede respetar a los padres adoptivos y tomar lo que de ellos recibe.

         De mi trabajo con familias sé que el factor decisivo es la actitud de los padres adoptivos. Si realmente actúan con las mejores intenciones para el niño, la adopción tiene buenas posibilidades de salir bien. Muchas veces, sin embargo, los padres adoptivos primeramente no tienen en cuenta los intereses del niño sino más bien los suyos propios. En la mayoría de los casos se trata de parejas que no pueden tener hijos y se rebelan contra las limitaciones que la naturaleza misma les impone. Implícitamente le piden al niño que les proteja de su desilusión. En un caso así, quedan trastornados tanto la orientación fundamental del dar y del tomar como el orden de sus relaciones, aún antes de iniciarse éstas.

Si una pareja adopta a un niño por ellos mismos y no por el bienestar del niño, de hecho quitan un hijo a sus padres naturales para satisfacer sus propias necesidades. Es el equivalente sistémico del rapto de un niño, por lo que tiene consecuencias serias en un sistema familiar. Frecuentemente se sacrifica algo equivalente en expiación: o un hijo propio, o la relación con la pareja. En familias con las que pude trabajar, las consecuencias de adopciones por razones impropias abarcaban desde el divorcio y la enfermedad hasta el aborto voluntario e incluso la muerte. En su forma más destructiva, la dinámica se expresaba en la enfermedad o el suicidio de uno de los hijos carnales de la pareja.

         En cuanto los padres adoptivos pretenden ocupar el lugar de los padres carnales, considerándose los padres mejores, el hijo muchas veces se muestra solidario con los padres menospreciados, enfadándose con los padres adoptivos. Si unos padres, sin necesidad, dan a un hijo para la adopción, el hijo se enfada con sus padres, y con razón. Estos sentimientos negativos los reciben los padres adoptivos si se ponen en el lugar de los padres verdaderos. Si, en cambio, no se consideran más que representantes, esos sentimientos se dirigen hacia los padres, y el sentimiento bueno va a los padres adoptivos. Es decir, también para los padres adoptivos es un gran alivio.

         Un ejemplo:

En el caso de un participante de un grupo, que vivía separado de su mujer, se trataba del lugar de un hijo acogido. En la configuración, el hijo se encontraba entre los padres de acogida.

Entonces pregunté: ¾ ¿Quién quiso la adopción?

El dijo: ¾ En el fondo, mi mujer.

Yo: ¾ Sí, por eso sacrificó al marido.

Al chico, que se encontraba en medio, empezaban a flaquearle las piernas. Dijo que quería arrodillarse, y le dije: ¾ Hazlo.

Así, se arrodilló, y detrás de él se encontraba su madre carnal. 

Le dije: ¾ Ahora vuélvete hacia tu madre.

Esta se acercó a él, y ésta ya fue la solución. Después, junté a los padres acogedores de manera que, desde atrás, miraban cómo el hijo estaba arrodillado ante su madre, y nuevamente formaban una pareja. 

Siempre que se adopta un niño, son importantes las distinciones claras al momento de elegir palabras, es decir, que un hijo adoptado llame a sus padres carnales de otra manera que a sus padres adoptivos, por ejemplo "padre y madre" y "papá y mamá". Tampoco los padres adoptivos deben decir "mi hijo" o "mi hija", sino más bien: "Este es el niño del que nos ocupamos y para el que representamos a los padres". También es mejor que el hijo conserve sus apellidos originales. De esta manera queda claro desde un principio que es adoptado. Aquí, sin embargo, no hay solución terminante y general. La clave está en que los padres adoptivos guarden un profundo respeto ante los padres carnales y que muestren claramente este respeto ante los hijos.

Birgit: ¿Y qué pasa si los hijos quieren llamarse como los padres adoptivos o como el padrastro?

Bert Hellinger: Yo no dejaría que tales deseos me desconcertaran. Los hijos notan lo que los padres adoptivos desean. Los padres adoptivos tienen que mirar muy atentamente y ver lo que es bueno para el hijo; así, también éste lo deseará. En el caso de un padrastro ocurre lo siguiente: si la madre valora al primer marido, no hay ningún problema, y de la misma manera ocurre con una madrastra.

Inge: Si uno de los cónyuges aporta un hijo a la familia, ¿es bueno para el nuevo padre o la nueva madre que lo adopte, o no?

Bert Hellinger: No, es fatal, porque en un caso así tiene que renegar de su padre o de su madre. Yo, por principio, lo desaconsejo.

         Un ejemplo:

Hace un tiempo, desde Basilea me llamó una mujer, toda desesperada. Su padre adoptivo se estaba muriendo, y ellos estaban reñidos. Contó que su madre se había divorciado y, más adelante, se había casado con otro hombre. Este la había adoptado. Yo le dije que ella por su parte podía anular la adopción. Se quedó perpleja por un momento, me dio las gracias y colgó el teléfono. Más tarde me llamó: lo había hecho. La situación había cambiado de golpe, y había podido acompañar a su padrastro en su agonía. Este había fallecido y ella se sentía bien ahora.

Estaba muy claro: había arreglado algo y encontrado de nuevo su propio lugar. Es muy grave para un hijo tener que renegar de sus padres. 

Josef: En un accidente de tráfico murieron los padres y los abuelos de dos niños, y los tíos sólo están dispuestos a acoger a un niño respectivamente. En un caso así, ¿es más importante que los niños se queden en la familia, aunque sea separados, o que los dos juntos estén en una familia de acogida?

Bert Hellinger: Es difícil de decir. Ahora bien, si tan sólo están dispuestos a acoger a un niño respectivamente, más bien tengo la impresión que no se ocupan bien del niño.  Si no, estarían dispuestos a acogerlos juntos. Esta es mi impresión: que estarán mejor en la familia que los acoge, en la que pueden vivir juntos como hermanos.

         Aún he podido observar otra cosa más: un hijo que fue acogido o adoptado tiene el impulso de acoger a otros niños y de cuidarlos. Estos están en buenas manos ahí. En recompensa, pasan a otros lo que ellos mismos recibieron, y muchas veces saben hacerlo muy bien. Es una dinámica buena, y no egoísta.

         ¡Mira a los hijos!

Thomas aporta un caso:

Un matrimonio que no podía tener hijos fue varias veces a Colombia para traerse un niño, pagando un fortunón. Nada más tenerlo, el marido se volvió loco. Es arquitecto y se pasó tres meses en un sanatorio. En cuanto salió de ahí, fueron a buscar a otro niño. Para mí es horrible lo que pasa ahí.

Bert Hellinger: Bueno, quién sabe. Mira a los hijos y dite: "Estos ya saldrán adelante."

Thomas: Pero aún tengo otra pregunta: unos amigos míos ...

Bert Hellinger (interrumpiendo): ¡No, no, no! ¿Qué te dije?

Thomas: Los hijos ya saldrán adelante.

Bert Hellinger: Aún dije otra cosa antes. (Pausa) Que miraras a los hijos. ¿Y a quién miras?

Thomas: Sí, es cierto, a los padres.

Bert Hellinger: Estos no se merecen nada mejor, ellos saben lo que hacen. Es curioso, las cosas que hay.

         Hace muchos, muchos años, creo que ya serán unos dieciocho, di un curso, en el que participó un tal Peter. Cuando éste tenía dos años, su madre sufrió un ataque esquizofrénico, y lo estampó contra la pared. En ese momento llegó el padre, que inmediatamente llevó a la mujer y al niño al médico. Al hijo no le había pasado gran cosa. Probablemente sus huesos aún eran lo suficientemente flexibles. Después, los padres desaparecieron en la consulta con el médico. El niño estaba sólo, echado en la sala de espera. De repente se abrió la puerta, y el médico se asomó, lo miró, y él nunca más olvidó esa mirada. Su mirada llevaba: "Tú ya saldrás adelante." Ese fue el ancla a la que se agarró toda su vida. ¿Ves?, ese médico lo hizo bien, miró al niño. 

El pobre sobrino y la oportunidad buena

Martha: Mi sobrino, el hijo de mi hermano, fue adoptado por su padrastro. Recibió el nombre del padrastro, y la nueva familia rompió por completo el contacto con mi hermano y con nuestra familia. Mi pregunta es si yo podría hacer algo por el chico.

Bert Hellinger: Si estás pensando lo que puedes hacer por él, significa que en tu corazón hay amor para él. Si dejas que este sentimiento actúe, reteniéndote al mismo tiempo, sin hacer nada, esperando hasta que se dé una buena oportunidad, entonces esto, ya ahora, tiene un efecto positivo para tu sobrino. Pero pueden pasar años hasta que pueda hacerse lo que realmente convenga.  

La ventaja de las aldeas infantiles SOS

El año pasado di un curso para madres de aldeas infantiles SOS, que fue un gran placer para mí. ¡Estaban tan atentas! Entre ellas, la idea era la siguiente: lo mejor para un niño es la familia propia, lo segundo, la familia adoptiva, y como última sustitución está la aldea infantil SOS.

Yo les dije: ¾ No. Primero viene la familia verdadera, después la aldea infantil SOS, y en último lugar viene la familia adoptiva.

Las implicaciones que muchas veces vemos en familias adoptivas, no existen en las aldeas infantiles SOS. Las madres de las aldeas infantiles SOS no pretenden ser las madres verdaderas. Todo el mundo sabe que solamente es una madre de una aldea infantil SOS. Esos niños saben afrontar la vida, y ellos mismos también tienen que hacer un montón para conseguirlo.

Karl: Lo que encuentro difícil es que en algunas aldeas infantiles no esté permitido hablar de las familias de origen de los niños.

Bert Hellinger: No, yo lo encuentro bueno. Si no, no pueden convertirse en familia. Es decir, no hablarlo en la familia, pero con cada niño en particular sí hablar de sus padres y de su familia de origen.

Karl: No quería decir que había que hablarlo en las familias substitutivas, sino que el niño en general pudiera saber algo de su origen, y también que tuviera la posibilidad y el derecho de estar unido a su propio origen.

Bert Hellinger: Sí, sería grave si no pudiera hacerlo, pero en la aldea infantil que yo conozco no era así. Ahí aún tuve otra experiencia bonita. Una madre de la aldea infantil contó que una niña había sido visitada por su madre. La niña tenía unos diez o doce años y la madre quería recuperar el contacto con ella, por lo que la invitó para el fin de semana. La madre de la aldea infantil se sentía desbancada. Entonces configuramos la situación: La madre carnal, la madre de la aldea infantil, y la niña. Era desgarrador ver cómo la niña iba de un lado para otro, para encontrar su lugar. Finalmente se puso un poco más cerca de la madre de la aldea infantil, y eso fue justo lo que correspondía. Con ese ejemplo las madres de las aldeas infantiles pudieron experimentar de lleno su dignidad y su importancia.  

Un ejemplo detallado de un caso  

  ... ¡como el ladrón a sus reales!

 A: Taller Vivencial:  "Constelaciones Familiares"